El Gatopardo de Lampedusa.

En Sicilia no importa hacer mal o bien: el pecado que nosotros los sicilianos no perdonamos nunca es, simplemente, el de “hacer”...

...Sicilia ha querido dormir a pesar de (los) llamamientos (recibidos) ¿Por qué tenía que escucharlos si es rica, si es sabia, si es civilizada, si es honesta, si es por todos admirada y envidiada, si es perfecta, en una palabra?


Leyendo estas dos frases, tomadas de la antológica conversación que mantienen el príncipe Fabrizio Salina con Chevalley, un enviado del gobierno surgido tras la revolución de Garibaldi, para ofrecer al príncipe su participación como senador en la nueva época que se abría para Italia y Sicilia, me preguntaba si hablaban de Sicilia o de Andalucía. No sólo por estos dos párrafos, sino por las doce páginas por las que discurre esta elegante, profunda e intensa conversación ambientada en el siglo XIX, pero que contiene reflexiones que podrían ser aplicables a la realidad andaluza actual, y, hay quien opina, que a la de gran parte del Mediterráneo.

Gracias a ellas, se pueden entender determinadas situaciones que podrían resultar incomprensibles , como por ejemplo la perpetuación en el poder regional de personas que no han hecho nada en treinta años, o lo que han hecho no ha tenido el éxito suficiente, para rescatar Andalucía de una situación de letargo, de sus elevadas tasas de paro, de los mayores índices de fracasos educativos y de los últimos lugares del ranking de desarrollo español. Bueno, sí han hecho algo: han alimentado el letargo, especialmente en las zonas rurales...”ellos odiarán siempre a quien los quiera despertar, aunque sea para ofrecerles los más hermosos regalos”. Estos políticos parece evidente que lo han entendido y lo han puesto en práctica.

También me han servido para comprender algunas experiencias personales. Nunca he tenido más problemas con mi entorno , que cuando he tomado la iniciativa para hacer algo. Algo que podría ser más o menos beneficioso, pero nunca perjudicial...desgraciadamente, se tienen muchos menos problemas no haciendo nada, ya que en esta tierra, nadie reprocha la falta de iniciativa. Hay que dejar que todo continúe como está, que nada cambie, y en casos extremos tratar de cambiar lo que sea para que todo continúe como estaba “si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”, dice Lampedusa, en la que ha sido la frase de esta obra permanente y universalmente recordada y citada.

Fue la única novela que escribió este príncipe de Lampedusa y duque de Palma. Prefirió, como buen siciliano y haciendo honor a su obra, llevar una vida pasiva, aburrida dicen sus biógrafos. Quizás la cuenta que hacía don Fabrizio sobre el tiempo que realmente había vivido, fuera su propia cuenta. Leyó compulsivamente lo que otros escribían y cuando por fin, en los últimos años de su vida, se decidió a escribir una novela, “El gatopardo”, la presentó a varias editoriales, Mondadori entre otras, y sucesivamente fue rechazada. Finalmente fue aceptada, pero ya era demasiado tarde para que pudiera llegar a verla publicada, quedando por tanto ajeno al gran éxito que obtuvo. Un cáncer de pulmón se lo llevó por delante.

Se inspiró en sus bisabuelos para crear a los príncipes de Salina. Los mismos nombres, la misma afición por las matemáticas y la astronomía de D. Fabrizio, y hasta un premio de la Universidad de la Sorbona. De lo que no tenemos constancia es de que su bisabuela también se santiguara cuando la mole principesca se le viniera encima en el lecho conyugal. Plasmó en la novela vivencias familiares y personales y toda la atmósfera de su tierra siciliana, tierra con la que mantenía una permanente relación de amor y odio.

Es, sin duda, una obra maestra, una de las grandes obras literarias europeas de la segunda mitad del siglo XX. En el prólogo que Vargas Llosa escribió en el año 1986 para una de las numerosísimas ediciones, decía que, desde la publicación de “El gatopardo”, no se había escrito ni en Italia ni en toda Europa una novela mejor.  

En el año 1957, casi al mismo tiempo que se publicaba “El gatopardo”,  llegaba a las librerías italianas, otra obra interesantísima “El barón rampante” escrita por un joven llamado Italo Calvino, pero eso quizás sea materia de otra reseña.

Trause.